domingo, 11 de mayo de 2008

¿Existe un poder vengador en la naturaleza?

Hay películas que exigen una confianza plena y una voluntad de abandono por parte del público. No resultan fáciles para el espectador acostumbrado a los criterios de la típica producción de Hollywood, pero la recompensa es, en consecuencia, mucho mayor. La delgada línea roja es una de ellas. La perspectiva cambia constantemente y uno nunca tiene claro quiénes son en el fondo los personajes principales, si estrellas como Nick Nolte y Sean Penn o desconocidos, hasta ese momento, como Jim Caviezel o Ben Chaplin. El filme no se centra tanto en la lucha real como en las vivencias personales de los reclutas. Numerosas voces narrativas nos distraen de la acción con reflexiones filosóficas que apartan nuestra mente de la trama. El resultado es un rechazo patente a ajustarse a las normas convencionales del drama, pero lo que la peli pierde a nivel formal lo gana en libertad para plasmar distintos aspectos de la guerra.

El grueso del filme muestra cómo unos soldados americanos intentan conquistar una colina ocupada por los japoneses. Los soldados se pierden en medio de la hierba ondulante de la colina: encorvados, la avanzada se desplaza con sigilo entre la alta vegetación. Los otros soldados permanecen alerta, inquietos, tensos. Los soldados caídos desaparecen en la colina como piedras lanzadas a un estanque; el cerro aparece tan silencioso y aparentemente intacto como antes. Cuando cesa por un instante el fragor de las armas, sólo se oye el suave susurro del viento soplando entre las briznas de de hierba. Luego se desencadena un ruido infernal en una vorágine de cohetes, ametralladoras, granadas, disparos, explosiones y gritos.

Mallick contrasta a la perfección la majestuosidad de la naturaleza con la corrupción de la guerra y su cultura de la destrucción. Dichas digresiones visuales no son meras imágenes irrelevantes que o pintorescas que se concede el director, sino que sirven para agudizar nuestra mirada ante el contraste entre naturaleza y cultura y, por tanto, también ante la guerra.

A diferencia de Salvar al soldado Ryan (1998) de Spielberg, rodada por las mismas fechas, nunca se explica la razón o el fín por el que luchan los soldados. Los actores discurren por la película sin propósito ni motivación aparente. Se repliegan en segundo plano durante media hora o desaparecen de escena por completo.

Terrence Mallick confirmó una vez más su puesto como director personalísimo en Hollywood con La delgada línea roja. Mediante la combinación de de imágenes de guerra caóticas con estampas sublimes del mundo natural, Mallick muestra la ambivalencia de la condición humana. El filme reivindica el derecho a plantear preguntas que van dmás allá de la realidad visible. ¿Quiénes somos? ¿Podemos protagonizar esta locura absoluta al tiempo que seguimos siendo capaces de apreciar y experimentar las maravillas de la naturaleza?

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