El honor de los Prizzi, es una película sobre la mafia distinta de tosas las demás. Se abre al estilo del Padrino (1972), con una larga secuencia de una boda en la que se presentan al público los diversos “miembros de la familia”. Pero, mientras que el patriarca de Coppola, Don Corleone, y sus secuaces han conservado un sentido del honor, el estilo y la clase, y ( pese a sus actividades ilegales) una perversa calidez humana, los Prizzi dan la sensación de ser los primos sórdidos y avariciosos de los Corleone.
En la boda inicial, Charley Partanna (Jack Nicholson), el asesino más importante de la poderosa familia Prizzi de Nueva Cork, se enamora locamente de la atractiva Irene Walter (Katheleen Turner), que al parecer trabaja de asesora fiscal en California. Tienen una relación personal espléndida, pero los obstáculos profesionales no tardan en interponerse en su camino. Al volar constantemente de costa a costa para estar con su amada, Charley descubre que ella también es una asesina a sueldo y que sus servicios aún tienen más demanda que los suyos. De hecho, un día le ofrecen 15.000 dólares por liquidar a Charley. La pareja es apenas incapaz de resolver el asunto cordialmente. Surgen más dificultades cuando Irene, que ya es la señora de Partanna, intenta traicionar a los Prizzi y cumple un contrato para eliminar a una testigo problemática, que casualmente resulta ser la mujer de un distinguido agente de la ley, con lo que se le echa encima todo el cuerpo de policía de Nueva Cork. Charley se encuentra entre la espada y la pared cuando Don Corrado le ofrece la posibilidad (sólo técnica) de elegir entre su esposa y “la familia”.
El maestro John Huston, que pasó a la historia del cine en 1941 con su adaptación de la novela de Dashiel Hammett El halcón Maltés, aún tuvo otro gran éxito a los 79 años con esta película; una obra que remite a la edad de oro de Hollywood y en la que su director consiguió que los miembros de su equipo dieran lo mejor de sí.
Huston logró que la película fuera “un asunto de familia” en más de un sentido. Su hija, Angelica, maravillosa en el papel de la manipuladora hija del jefe de la Mafia, mantuvo una larga relación de pareja con Jack Nicholson en la época. William Hichey, el padrino, un anciano consumido y con arrugas pronunciadas, cuyo rostro recuerda a la áspera piel de un reptil, no sólo era actor, sino también amigo íntimo de Huston. En este sentido, el mensaje subyacente de la cinta, que la avaricia y la desconfianza son armas letales contra una comunidad, podría muy bien interpretarse como parte del legado personal de este coloso de Hollywood. John Huston murió dos años después, en 1987, justo después de firmar su cuadragésimo film, Dublineses.
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