miércoles, 2 de abril de 2008

"Perdome, ¿Podría decirme quién de ellos es Bruce Wayne?"


La reportera gráfica Vicki Vale (Kim Bansinger) apenas puede dominar la curiosidad. Está en una fiesta benéfica organizada por un célebre millonario y ni siquiera ha visto todavía al anfitrión. Pero los espectadores reconocemos de inmediato al joven del esmoquin a quien se le pregunta: es Buce Wayne (Michael Keaton). Aunque el argumento revela después su secreto de forma algo casual, ya sospechábamos que Bruce Wayne no es sino Batman, el cruzado enmascarado con un disfraz de murciélago que asistió con impotencia al asesinato de sus padres y desde aquel día se ha dedicado a luchar contra el mal y la injusticia.
En 1989, cuando se estrenó Batman, los momentos más sutiles de la película quedaron casi silenciados por una campaña de publicidad y de comercialización de productos asociados, que además hizo que la película pareciera un producto espectacular con un gran alarde de efectos especiales.

Pero, con el tiempo, el prestigio de Batman ha aumentado de modo irrefutable. Mirando hacia atrás, el rasgo más asombroso del filme es la competencia del director Tim Burton para reflejar en esta superproducción de 35 millones de dólares sus intereses y obsesiones. Burton, logró introducir aquí no sólo el romanticismo lúgubre característico de sus filmes y una serie de artilugios pequeños y curiosos que se aprecian sobre todo en las armas especiales de Batman, sino también su humor macabro y su afición por el lado oscuro de la humanidad.

En realidad, Batman narra la historia de un duelo entre dos personajes casi esquizofrénicos. Por un lado, el protagonista, el superhéroe, cuya capa oscura, ojos brillantes y mandíbula firme le confieren un aurea casi mítica. Pero detrás del disfraz de batalla se oculta Bruce Wayne, un hombre neurótico prácticamente incapaz de arreglárselas solo en la vida. En su vida privada, el superhéroe queda reducido a dimensiones mortale. Duda de su heroísmo y ya hace mucho tiempo que ha abandonado la esperanza de conseguir que se haga justicia.

En el otro bando está el malvado Joker (Jack Nicholson). Un día el malvado Jack Napier, después de una disputa, se precipitó a un tanque de ácido y salió convertido en un maníaco de cabellos verdes con una espantosa sonrisa permanente y un rostro de payaso. Desde entonces, el Joker ya no considera el delito un medio para conseguir beneficios: “Haré arte hasta que alguien muera”.

En su demostración de la artificialidad de la humanidad, el filme va más allá de de las apariciones del Joker: las escenas de acción se exageran de tal forma que es fácil imaginar los bocadillos con las onomatopeyas del cómic.

Por otra parte, hasta en los momentos en los que la adaptación del cómic se acerca a una visión futurista de la humanidad, el mundo de Batman no deja de ser claramente el nuestro, con un arte, un dinero y un crimen iguales. Los mismos policías corruptos y y políticos insulsos, y el vengador clásico. Burton recurre a la memoria colectiva y a los mitos comunes, y el resultado es una estampa triste y grotesca de un tiempo y un lugar confusos.